martes, 25 de marzo de 2014

No nos pasemos con los elogios postmorten

Existe la costumbre de elogiar en demasía a toda persona pública que fallece, como si esa persona fuera la excelencia de los valores que es su momento le tocó expresar y defender. Es el caso de Adolfo Suárez, todo han sido alabanzas, incluso de quienes lo traicionaron

Entre toda la riada de alabanzas solo he leído una nota crítica con el pasado de Suárez. La de Alberto Garzón, diputado de IU, "Los verdaderos padres de la Democracia son quienes lucharon por ella. Podemos lamentar su muerte, pues posiblemente fue un hombre mucho más digno que quienes le traicionaron y que ahora de manera hipócrita le alaban". Y lleva toda la razón al negar que esta democracia imperfecta que padecemos, según la versión oficial, fuera obra del Borbón y de Suárez y que el resto, fundamentalmente la ciudadanía, fueran meras comparsas.

El paso de la dictadura a la democracia fue dado porque a la muerte del dictador se produjeron las más grandes movilizaciones sociales del final de franquismo. Durante 1976 media España estaba en huelga por sus convenios colectivos y la otra media se movilizaba en la calle por los derechos civiles. La fuerza de las huelgas hicieron que muchas empresa públicas fueran militarizadas (Telefónica, Correos, Renfe, Metro de Madrid, etc.) con el objetivo de romper la presión delos huelguistas. Toda esa movilización social y laboral fue lo que produjo la caída del gobierno de Arias Navarro y el acceso de Suárez a la Presidencia del Gobierno. Esa presión en la calle y en los centros de trabajo influyó en las deciciones de Adolfo Suárez.

No podemos olvidar de donde venía Adolfo Suárez. Era el Ministro Secretario General del Movimiento. Dicho en otras palabras, el máximo responsable de la organización política del franquismo. A pesar de ello a Suárez hay que reconocerle alguna cosas importantes. La primera de ellas su valentía al entender que había que producir un cambio político en España. La segunda el haber sido capaz de obligar a las cortes franquistas a suicidarse políticamente aprobando la ley de la reforma política y la tercera la legalización del Partido Comunista de España frente a la fuerte oposición del ejercito.

Tampoco estoy de acuerdo en que la Constitución española fuese obra exclusiva suya. Primero porque la ley de reforma política no contemplaba un proceso constituyente y segundo porque no tenía mayoritaria absoluta en las Cortes salidas de las elecciones generales de junio de 1977. De nuevo fueron la presión popular y la oposición parlamentaria en esa primera legislatura lo que hizo que esa legislatura se convirtiera en constituyente.

Es cierto que fue un hombre de consensos, pero puede que en parte obligado por las circunstancias del momento. Todo estaba por construir. Se pactaba o la conflictividad social estaba servida. La legalización del PCE y los Pactos del Moncloa fueron elementos que contribuyeron a rebajar la tensión social y facilitaron esa labor del consenso. También es cierto que se desarrollaron leyes que contribuyeron a romper con el pasado. Se avanzó en la igualdad de derechos de la mujer, se legalizó el divorcio y se aprobó la primera reforma fiscal, que los sucesivos gobierno, González, Aznar y Zapatero, se encargaron de deteriorar.  Se estableció un tipo máximo del 65% de la base imponible y un mínimo del 15%, mientras en estos momentos el tipo máximo es del 43% (sin contar el incremento de las comunidades autónomas que puede llegar hasta el 56%) y el minino del 24%.

Pero que quede claro que a los trabajadores ningún gobierno nos ha regalado nada, incluido el de Suárez. Porque Suárez no representaba a los trabajadores, representaba a la burguesía española. La primera ley de libertad sindical se aprobó en 1985 con el gobierno de González y el Estatuto de los Trabajadores (ET) costó sangre, sudor y lagrimas (como diría Winston Churchill). Hubo que exigirlo en el Parlamento y pelearlo en la calle y costo muchas movilizaciones y algún muerto. ET que todos los gobiernos posteriores se han encargado de degradar.

Suárez, en definitiva, es digno de elogio porque fue un presidente valiente y un político conciliador, pero en un contexto distinto al actual. También fue un político honesto ya que no se aferró al poder y supo dimitir cuando su situación era insostenible porque los suyos y el Borbón le abandonaron y sobre todo y a diferencia de los siguientes expresidentes dejó de inmiscuirse en la política nacional cuando dejó el cargo, ni tampoco usó su influencia para sentarse en consejos de administración, como otros hicieron y continúan haciendo. Pero eso no  nos debe hacer olvidar los aspecto de su trayectoria política que no fueron tan elogiables. 

Por cierto hoy ha fallecido Armando López Salinas, luchador anrtifranquista, novelista, exdirigente del PCE y exdirectror de Mundo Obrero. Toda una vida dedicado a la lucha por las libertades democráticas, pero seguramente mañana casi nadie se acordará de él, ni glosará su virtudes, ni le hará un reconocimiento por su contribución a la democratización de este país. Descanse en paz Armando López Salinas y también Adolfo Suárez.

Salud, República y Socialismo

1 comentario:

Jesús Herrera Peña dijo...

Muy de acuerdo con tu artículo, Antonio.
Las personas tendemos a ser injustas. No todas. Pero es muy corriente que abusemos de exageraciones o extremismos.
O denigramos y tiramos demasiado a alguien, o elevamos demasiado a otro alguien.
Las personas tendemos a recordar los buenos momentos y a olvidar los malos. Y Adolfo Suárez nos dio buenos momentos. Los apreciamos mejor ahora que en su momento. Sobre todo, cuando establecemos la comparación de su talante, sus métodos y su forma de gobernar, con lo que tenemos (padecemos) en la actualidad.
De ahí viene la sobrevaloración, además de que cuando alguien muere, siempre nos excedemos en alabanzas.
Pero en esta fenomenología intervienen muchas cositas. Unas las sé y otras no. Interviene que fue el presidente que inició la etapa democrática y ahora la tenemos tan precaria que casi lo añoramos.
Interviene también el volcamiento de los medios de comunicación de masas. Y eso es muy poderoso y determinante.
Pero sí, unos muertos son más sublimados que otros. Pudiéramos decir —con arreglo a las características de los españoles— que unos muertos tienen más enchufe o recomendación que otros.

Saludos y palante,

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