Hoy se cumplen 25 años de la mayor movilización promovida por los sindicatos de clase desde la transición democrática. La huelga general, paro general se llamó, del 14 de diciembre de 1988 contra las políticas antisociales del gobierno de Felipe González. Una movilización, que tuvo consecuencias políticas y sociales.
La huelga general se venía incubando desde hacia tiempo. El gobierno de Felipe González en lugar de cumplir sus promesas electorales cambió a las teorías neoliberales de primero crecer la tarta y después repartirla y por ello estaba cargando sobre las espaldas de los trabajadores la mala situación económica del país.
Al igual que hoy Rajoy, Felipe González no escuchaba. Con la excusa de la entrada en el entonces Mercado Común Europeo se iniciaron políticas encaminadas a la moderación laboral, flexibilización del mercado de trabajo, reforma de la Seguridad Social, reforma de las pensiones, que unido al alto IPC no hacia mas que deteriorar los salarios y las pensiones, cuando en aquellos momento el PIB crecía por encima del 5%. Mientras se salvaba a la banca con ayudas de mas de 2 billones de las entonces pesetas, se establecieron importantes desgravaciones y deducientes fiscales a las grandes empresas, se establecieron las SICAV, ... Parece como si la historia se repitiera.
Pero lo que colmó el vaso fue el Plan de Empleo Juvenil. Con la excusa del alto desempleo ( mas de 3 millones de trabajadores) se pretendía un contrato para menores de 25 años con el Salario Mínimo Interprofesional y sin cotizaciones a la Seguridad Social. Un contrato que, al igual que hoy, solo tenia un objetivo: abaratar los costes laborales de las empresas y sustituir empleo de calidad por empleo precario. Igual que la reforma laboral del P.P.
Los objetivos de la huelga fueron claros, retirada del contrato de inserción para jóvenes y la puesta en marcha de un plan general de empleo. La recuperación de, al menos, dos puntos de la pérdida de poder adquisitivo, provocada por la desviación de la inflación en 1988. El incremento de la cobertura por desempleo. La equiparación de las pensiones mínimas al salario mínimo interprofesional, la protección social y el Derecho pleno de Negociación Colectiva de los funcionarios.
Pero no fue fácil, porque, al igual que hoy, se inició una campaña antisindical. Se cuestionaba la legitimidad de los sindicatos, que no eran modernos, que se oponían a la voluntad de las urnas, que si la inoportunidad de la huelga, que si estaban subvencionados y un largo etcétera que en la practica son lo mismo argumentos que ha utilizado el P.P. y sus voceros para descalificar las huelgas y movilizaciones contra su política de recortes.
Pero lo que no fue igual fue la actitud a la ofensiva del movimiento sindical. La actitud de los miles de delegados y delegadas sindicales en las empresas y centros de trabajo. Yo recuerdo que en aquellos días el despliegue de los sindicalistas fue excepcional, No parábamos de hacer asambleas en los centros de trabajo, de repartir octavillas a la salida del metro. Se debatió y se explicó con intensidad las consecuencias de las políticas de gobierno González y las alternativas sindicales y sobre todo la necesidad de participar en la movilización para parar las regresivas medidas. Hoy se ha mal entendido el uso de las nuevas tecnologías de la información y las redes sociales. En muchas ocasiones se ha dejado la movilización al albur de estas en lugar de ser tan solo complementarias de los viejos y nunca pasados de moda métodos de movilización sindical.
Y con ello llego el éxito de la movilización. Fue una huelga ciudadana, casi sin incidentes. Yo aún recuerdo la fría noche pasada a la puerta de la cocheras de la EMT de Carabanchel en Madrid, no permitiendo que salieran mas que los autobuses pactados como servicios mínimos. Y después como se convencían, sobre la marcha, a esos servicios mínimos para que volvieran a las cocheras. Y cuado amanecía supimos que la huelga estaba ganada, porque en Madrid en la entrada por la N42, donde yo estaba, apenas circulaban vehículos y los pocos autobuses que pasaban iban vacíos o casi vacíos. Era una sensación de autosatisfación, de victoria y de confirmar que el trabajo no había sido en balde. Si se paraba el transporte, la huelga estaba ganada y el transporte se paró.
Y el triunfo de la huelga tuvo consecuencias políticas y sociales. Desde el propio gobierno se reconoció la amplia participación de los trabajadores en la huelga y Felipe González tuvo que bajar sus humos y se avino a negociar. El Plan de Empleo Juvenil fue retirado y los sindicatos obligaron al gobierno a negociar la “Propuesta Sindical Prioritaria”, y una buena parte de esas propuestas fueron asumidas por el gobierno. Entre ellas la creación de las pensiones no contributivas; la negociación en el ámbito de la función pública y la cláusula de revisión para los funcionarios; el derecho a la información en materia de contratación laboral; la cláusula de garantía para los pensionistas; el mayor incremento de las pensiones de la década; el salario de inserción en las CCAA y el aumento de la ayuda familiar para las rentas más bajas. Esas fueron algunas de las conquistas sociales y laborales como consecuencia del éxito de la huelga general del 14-N, aunque se tardara un año en materializarlas.
Esta es la lección que se puede sacar de aquella huelga. Es posible modificar la realidad social si se crean las condiciones necesarias para ello. El problema es que desde aquel 14-N ni el sindicalismo, ni los trabajadores ni la ciudadanía tienen las mismas actitudes. Los sindicatos se han acomodado a la negociación sin movilización, se abandonan los centros de trabajo, ya ni se informa ni se debate con los trabajadores con la intensidad que se hacía entonces. Pero no toda la responsabilidad es de los sindicales porque también, salvo excepciones, los trabajadores y la ciudadanía se han acomodado. En una situación como la actual con los grandes ataques a las condiciones laborales y salariales, al estado del bienestar y los enormes recortes a los servicios públicos, es incompresible la actitud pasiva de una mayoría de ciudadanos y trabajadores.
Un país con 6 millones de parados debería estar en situación de estallido social y sin embargo, hasta ahora, las movilizaciones no han sido lo suficientemente contundentes como para parar la tremenda agresión que esta llevando a cabo el Partido Popular hacía las clases populares de este país. Todos, sindicatos, trabajadores y ciudadanos deberíamos aprovechar la conmemoración del 14-D para reflexionar sobre lo que estamos haciendo mal para que no haya la respuesta que se necesita para parar toda la política de recortes del P.P.
Los sindicatos tienen su responsabilidad, pero siguen siendo elementos necesarios para la lucha social. Las grandes conquistas sociales de la democracia se las debemos fundamentalmente a ellos, pero hoy tienen que reflexionar sobre el por qué del progresivo desarraigo de los trabajadores hacia ellos. Tienen la obligación de corregir y rectificar los errores porque hay quienes están interesados en su desaparición y esto no beneficiaría en nada a la clase trabajadora. Ignacio Fernández, Secretario General de CC.OO., decía ayer, en el acto conmemorativo del 14-D, que los sindicatos deben mirar en su interior para detectar si hay carcoma y en su caso fumigar. Esto que en sí es una autocrítica sindical, no puede quedarse solo en eso, debe traducirse en cambio de rumbo sindical.
Salud, República y Socialismo