La infanta Cristina se ha salvado, por un pelo, de ser condenada por delito fiscal. No hay nada mejor que hacer de mujer florero y hacerse la tontita.
Aunque no se ha ido de rositas, ha sido condenada a pagar una multa de 265.088 euros como responsable civil a titulo lucrativo de los desmanes de su amado maridito. La infanta Cristina se ha librado de ser condenada por lo penal por los pelos. Primero porque ha tenido muchos abogados defensores, los contratados y los que le han salido gratis, como el fiscal anticorrupción, la abogacía del estado y la Hacienda Pública (que al parecer ya no somos todos) que le ha legalizado la desgrabación de facturas falsas. Y segundo porque en todo el proceso judicial ha ido de mujer florero tontita, vamos que no se enteraba de nada de lo que hacía su amantísimo Urdangarín. Ella tenía plena confianza en todo lo que hacía su amantísimo esposo.
Es penoso ver como a una persona como la infanta Cristina, titulada universitaria y ejecutiva de una gran empresa, la fiscalía anticorrupción no la considere capacitada para saber lo que firmaba, no fuera consciente de que cargaba gastos personales de manera ilegal a una empresa o que se autoalquilara su propia residencia para blanquear parte de esos más de 6 millones de euros que su marido desviaba de las subvenciones y contratos que recibía de diversas administraciones públicas. Claro que esto le ha venido bien a la esposa de Diego Torres a la que han aplicado el mismo criterio, el de esposa tontita y florero. Lo contrario hubiera sido demasiado cantoso y escandaloso.
Es evidente que la justicia no es igual para todos, aunque la derecha y sus voceros intenten convencernos de ello. Si no, que se lo pregunten a Isabel Pantoja, que al igual que la infanta no se enteraba de lo que hacía su amante en el ayuntamiento de Marbella o las muchas esposas de narcotraficantes gallegos que tampoco se enteraban de los que hacían sus traficantes esposos, u otras muchas mujeres que tampoco sabían nada de los negocios ilegales de sus maridos, pero todas ellas fueron al tuyo. La justicia en este país es contundente con los robagallinas pero permisible y complaciente con los delincuentes de guante blanco.
Tampoco puede decirse que haya habido ejemplaridad en las condenas impuestas a los condenados. En todos los casos se les ha condenado a la menor pena posible, muy alejadas de las peticiones del fiscal y las acusaciones. ¿No se tratara de ponérselo fácil al Tribunal Supremo para que facilite la no entrada en la cárcel de Urdangarin con una rebaja de la condena?. En el estado de corrupción en que se encuentra este país, la sentencia del caso Noos no hace sino desmoralizar a la ciudadanía, aundando en la creencia de que la corrupción política ni se combate ni se castiga adecuadamente. Quienes se aprovechan de su situación, la cercanía a una institución como la Corona, para lucrarse, ese es el papel que presuntamente jugaba la infanta, no merecen más que la repulsa social y la ejemplaridad en el castigo. Si de verdad desde el ámbito judicial se lucha de manera decidida contra esta lacra social que es la corrupción política.
Resulta también sorprendete que Urdargarin, el principal urdidor de esta trama, haya salido de este proceso con una pena menor que su socio Diego Torres. A él no se le ha condenado por blanqueo de dinero, por los mismos hechos cometidos por su socio, la compra de mobiliario personal con cargo a Noos. Será que entre los delincuentes también hay clases.
Al final este escándalo se resuelve echando abajo la gran labor realizado por el juez Castro en la realización del sumario. Un proceso cargado de presiones y amenazas contra un juez que ha demostrado que, a pesar de todo, quedan personas íntegras e inquebrantables en la justicia española. Ahora solo cabe ver que pasará si la justicia que se le ha aplicado a la infanta sentará jurisprudencia y se aplicara de igual modo a otras ilustres mujeres floreros y tontitas como Ana Mato, que no se enteraba de que su marido tenía un Jaguar en el garaje o Rosalía Iglesias, esposa de Luis Bárcenas, que solo se dedicaba a las labores domesticas y que la plena confianza en su marido le llevaba a firma todo lo que este le pusiera por delante.
Salud, República y Socialismo